“Aquí vive gente” en su versión Bogotá fue un proyecto de museo colectivo y comunitario que tomó su nombre de la exposición realizada por el colectivo Brigada Puerta de Tierra en el Storefront for Art and Architecture de Nueva York; que, a su vez, es una frase tomada de afiches, carteles y murales que aparecieron en el barrio Puerta de Tierra, en San Juan de Puerto Rico, como resistencia a la gentrificación.

Decir en un barrio, un pueblo o una ciudad que “Aquí vive gente” parece una afirmación obvia; sin embargo, cuando en nombre del desarrollo, la infraestructura y el supuesto progreso la tierra se trata como un bien de intercambio, parece necesario recordarle a los gobiernos, las corporaciones, los medios y los ejércitos que en esos territorios vive gente. Que esos lugares—físicos y simbólicos—que ellos escogen ver como “marginales” para justificar sus agendas de despojo y destrucción, son en realidad territorios autónomos donde habitan y que pertenecen a comunidades vivas y fuertes.

Este proyecto reunió a cuatro organizaciones que por años se han dedicado a reivindicar, defender y reclamar el territorio y su lugar en él. En su trabajo Brigada Puerta de Tierra, Casa B, El Centro No Se Vende y Unión de Costurero han luchado—de diversas maneras—contra el desplazamiento y el despojo, en favor de la preservación de la memoria colectiva, los derechos humanos y en defensa de la vida.

“Aquí vive gente – Bogotá” presentó el trabajo de cada una de estas organizaciones, pero también conformó un espacio colectivo construido entre todas. A través de una serie de talleres y sesiones de trabajo las cuatro organizaciones participantes, junto al equipo de Espacio Odeón, diseñamos un espacio múltiple que fue a la vez cocina comunitaria, taller de costura, auditorio, archivo, taller de impresión, laboratorio, comedor y residencia.

La programación del museo colectivo y comunitario que ocupó este espacio común estuvo regida por cuatro ejes temáticos: territorio, memoria, pedagogía y sostenibilidad, y sucedió en dos fases. La primera fase consistió en una programación de charlas, recorridos, talleres, clases de cocina, costureros, almuerzos comunitarios y otras actividades en donde se crearon experiencias compartidas que luego alimentaron la segunda fase: la creación de una exposición que presentó las historias comunes, relatos, objetos, memorias y vestigios de todas las acciones realizadas y de las experiencias del público participante, los habitantes del sector y los miembros de las comunidades vinculadas a cada organización.

Este espacio—ahora virtual—al que llamamos museo, justamente como una forma de confrontar esa noción y la institucionalización de la memoria y la experiencia, fue aquello que muchos museos no son: un espacio para habitar, un lugar que va más allá de la contemplación de los objetos y su mediación jerarquizada para dar paso a la construcción de un sentido, una memoria y un imaginario en común. En este proceso de trabajo en colectivo las organizaciones crearon una forma de asociatividad y solidaridad que fue más allá de aquello que se exhibe, sino que propuso un lugar de resistencia y movilización que desarrolló procesos de reclamo, re-apropiación del territorio y afianzamiento de lazos comunitarios, y que recuperó el espacio de encuentro entre los cuerpos para acompañarse y afectarse unos a otros en sus experiencias y luchas.